Las bicicletas son un símbolo tan holandés como los tulipanes, Vicent van Gogh o Johan Cruyff. Cualquiera que hay visitado alguna de sus ciudades, con Amsterdam a la cabeza, habrá observado (y disfrutado) la cultura ciclista de los holandeses.
Sus más de 32.000 kilómetros de carriles bici urbanos y los también 30.000 de rutas ciclistas son la envidia de toda Europa. Y, sin embargo, esto no fue siempre así. El compromiso de los holandeses con la movilidad sostenible y limpia arrancó en los años setenta, y no fue una mera concatenación de elementos objetivos (como que sea un país llano, con un clima suave y distancias cortas), sino una confluencia de políticas inteligentes y ciudadanía concienciada. La crisis del petróleo de 1973, unido al espectacular aumento de accidentes de tráfico mortales y una creciente preocupación por el medio ambiente, llevó a los holandeses a reclamar a sus gobiernos un mayor protagonismo de la bicicleta como medio de transporte. La respuesta fue lo que hoy todos podemos ver y admirar. La buena noticia es que si ellos pudieron hacerlo, también se puede imitar en otros lugares.
Eso sí, en estos temas, seguirán llevando la ventaja de quienes empezaron primero. Uno de los ejemplos de esta evolución es la idea que SolaRoad ha puesto en práctica de forma experimental en la localidad de Krommenie al norte de Holanda. Se trata del primer carril bici construido con paneles solares que permiten acumular energía y volcarla en la red. Ya no sólo se ayuda al medio ambiente utilizando un transporte sostenible, sino que además se circula por un pavimento que genera energías limpias. El prototipo de este modelo de carreteras está funcionando desde noviembre de 2014; son algo más de 70 metros de carril bici utilizado diariamente por unas 2.000 personas y los resultados en este tiempo han superado incluso las expectativas de sus impulsores. Durante los primeros seis meses de prueba, ya se había generado suficiente energía como para abastecer el consumo anual de una familia media. Puede parecer modesto, pero el verdadero potencial de SolaRoad no está en lo conseguido, sino en las expectativas que ha levantado el modelo.
Sten de Wit, portavoz de la iniciativa, cree que se puede llegar a conseguir que cada metro cuadrado aporte unos 70khw anuales, una cifra que se convierte en astronómica cuando se multiplica por los miles de kilómetros de carreteras del país (SolaRoad asegura que el 20% de los 140.000km de carreteras en Holanda sería apto para recibir el sistema). Actualmente el consorcio trabaja en mejorar las capacidades de los materiales con los que se fabrican estas carreteras (los paneles solares están encastrados entre vidrio, silicona y cemento), aunque ya han demostrado que puede soportar el peso de vehículos de 12 toneladas sin sufrir daños. El siguiente reto es abaratar los costes de fabricación e instalación, con lo que se espera conseguir que este tipo de carreteras, gracias a la energía que generan, terminen siendo más económicas que las convencionales. La energía producida podría utilizarse para iluminar las ciudades y las vías, o para alimentar vehículos eléctricos: “si ya tenemos coches inteligentes, porqué no tener también carreteras inteligentes”, concluye De Wit.